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el niño en la escalera

  • Foto del escritor: lachicadeltejado
    lachicadeltejado
  • 3 abr 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 15 abr 2019

Nuestra niñez, es probablemente la parte más sólida de nuestra adultez. No cuestionamos nada y nos dedicamos a vivir, a percibir todas nuestras experiencias desde nuestros sentidos, sentidos que van despertando a este nuevo mundo. Estamos vivos!!.

Nuestra niñez, es probablemente la parte más sólida de nuestra adultez. No cuestionamos nada y nos dedicamos a vivir, a percibir todas nuestras experiencias desde nuestros sentidos, sentidos que van desepertando a este nuevo mundo. Estamos vivos!!.

Las cosas de niños, los adultos no lo comprenden. Consideran que todo es producto de la imaginación, de juegos de la mente. Cuando un niño nos habla sobre su mundo pensamos que nada es real; claro que hay pequeñas historias inventadas, pero incluso esas historias de ensueño hablan de una gran realidad.

Así, después de esta pequeña introducción, les contaré una historia, una muy pequeña, que viví cuando tenía apenas tres años. ¿por qué lo recuerdo?, tal vez porque me impactó, tal vez porque el lugar donde lo viví lo amé profundamente, o tal vez porque así tenía que ser. Así que ahí voy…

Era un día de verano, en aquel tiempo residíamos en un poblado de Tlaxcala. El sol era radiante. Mi papá en el campo, mi hermano mayor en la escuela, mi hermana afuera de la casa jugando con no sé que cosa. Y mi mamá cocinando. Recuerdo que limpiaba frijoles para ponerlos a la lumbre. Recuerdo ver los frijoles en la mesa, cucharas y ollas.

Yo jugaba en las escaleras, ya saben aquel juego donde subimos corriendo y bajamos sentados. Mi mamá me dijo “si te caes te chingo”, “si mami”, le respondí y seguí jugando. No tengo presente el tiempo, ni el momento; pero cuando volvía a bajar por las escaleras, vi a un pequeño niño como de mi edad vestido de marinerito. Era tan dulce, era blanco, de cabello oscuro. Vi sus zapatitos blancos, y hasta el gorrito azul marino. Con su manita me hablaba a su lado; me decía “ven, ven conmigo”, yo solo me reía y negaba con la cabeza. El subía un escalón, y me seguía llamando. A pesar de querer ir a su lado, había algo que me lo impedía. Era como si mi cuerpo sintiera una mezcla de curiosidad y miedo.

Comencé a bajar lentamente y a mitad de la escalera, me asomé para ver a mi mamá en la cocina. Ella cocinaba y cocinaba, de aquí para allá. En la estufa, en la mesa. En todas partes. Y justo en la mesa, en una silla que estaba en la esquina, había una mujer rubia, jugaba con los frijoles y entre mirar a mi mamá y a su hijo se le veía distraída. No puedo olvidar aquella mirada; una mirada dulce, ausente, triste. Sentía que ella no quería irse de ahí. Pensé que hablaba con mi mamá. Ella jamás giró su mirada a mi.

Ahí se borra el recuerdo… Años después en una comida comentamos aquella ocasión, yo nunca había hablado al respecto porque sinceramente no le daba importancia, sino es porque mi mamá me dijo que había caído por las escaleras, que me había levantado y salí corriendo a pedir ayuda a mi hermana. Mi mamá nos veía desde la puerta, riendo porque solo corríamos alrededor de la casa para que se me bajara el susto y no llorara.

“¿quién era aquella mujer y su hijo?. No los volví a ver”, le pregunté a mi mamá. “estábamos solo nosotras dos y tu hermana afuera. Ahí no había nadie”. Me respondió.



 
 
 

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